viernes, 12 de abril de 2013

"LA DAMA DE HIERRO", VESTIDA PARA IMPONER


Las líneas rectas de un traje clásico de imponente sobriedad, siempre de falda, con colores fuertes, destacadas hombreras y escotes cerrados, fueron su armadura... Un estilismo capilar tan inalterable como sus creencias, su casco. Y el hermético bolso cuadrado de piel oscura y asas del que siempre se acompañaba, el arma más metafórica y simbólica que una dama de su talla pudiera portar. "La Dama de Hierro" fue la precursora del estilo, posteriormente nominado como "Power Dressing" (vestida para imponer), que usaron las ejecutivas más agresivas de los años '80.


Con una madre costurera profesional, entendió desde sus comienzos que su carrera le adentraría en un mundo en el que hasta entonces sólo habían tenido cabida los hombres. Margaret Thatcher se sabía en el punto de mira y, por ende, cualquier cosa en ella podría ser origen de críticas o al contrario, de transmisión de un mensaje uniforme. Y eso es precisamente lo que hizo creando un estilismo nada complicado con el que contribuyó sin embargo, a forjar su imagen de negociadora tenaz y firme.


Conservadora desde su negativa a usar pantalones y a quitarse los collares de perlas que siempre hubieron de acompañarla. La rigidez de hombros característica de su indumentaria no pretendía sino ilustrar la austeridad y beligerancia de su contenido político. 
 

Su bolso, compañero eterno de viaje, fue definido por ella misma como “el único lugar seguro en Downing Street”. Y tal fue su relevancia, que llegó a ser el símbolo de su estilo de gobierno. Acuñó el término “handbagging” al convertirse en su propia frase, quedando incluida en el Diccionario Inglés de Oxford. Y los comentarios entre sus compañeros comenzaron a ser habituales: Julian Critchley, miembro del Partido Conservador, llegó a afirmar que el bolso en Margaret Thatcher era lo que el cigarro habano en Winston Churchill y que la Primera Ministra no podía mirar a una institución británica sin “golpear” con su bolso de mano. Nicholas Ridley, comentó en su ausencia a una reunión del Comité de Ministros “¿por qué no empezamos? El bolso está aquí".



El resto de complementos reiterativos: perlas, de una sola cadena de cuatro filas, broches, calcetines de tonos piel, un tacón medio inteligente, las blusas famosas rematadas en un cuello de lazo flexible y con las que aseguraba sentirse muy cómoda combinando frecuentemente, trajes de lana bouclé o pata de gallo en blanco y negro para el día y brocados metálicos para la noche (a menudo tejidos en Tweeds) terminaban de crear su uniforme del día a día. 


En su primera época como Ministra de Educación recurrió a extravagantes sombreros que, aconsejada por uno de sus asesores, el productor de televisión Gordon Reece, fue abandonando. A pesar de que, en 1987, le granjearan la simpatía del pueblo ruso.  



País por cierto del que surgió su apodo de La Dama de Hierro, cuando en 1976 en una visita oficial, el periódico del Ejército Rojo, The Red Star, se refirió así a ella en alusión a la dureza de un discurso suyo sobre la supuesta debilidad defensiva de la OTAN. En respuesta, y según contaba su biógrafo en la revista Vanity Fair, Margaret Thatcher pronunciaba estas palabras: Me presento ante ustedes esta noche con mi vestido de noche, color Estrella Roja, mi cara ligeramente maquillada, mi pelo suavemente ondulado, como la Dama de Hierro del mundo occidental. Me ven como una guerrera fría, una amazona filistea e incluso como una conspiradora de Pekín. ¿Soy alguna de esas cosas? Sí. Si así es como quieren interpretar mi defensa de los valores y libertades de nuestro modo de vida”. 

Volvería a vestir de rojo frecuentemente, pero sobre todo en sus reuniones con Gorbachov.








 Pues la elección del color de los trajes en ella tampoco fue casual y el azul de su partido imperaba en el atuendo con el que asistía a la Cámara de los Comunes. 




Por lo demás solía usar tonalidades verdes, fucsias, púrpuras, azul marino o la combinación blanco-negro, que quedaban bien ante las cámaras y aminoraban las imperfecciones. Sin embargo, en 1990, cuando salió, entre lágrimas, de Downing Street, Margaret Thatcher quiso elegir un traje color rojo.





Dicen que la que gran defensora del mercado libre, de la privatización de las empresas públicas británicas, nunca quiso asociarse a ninguna marca de moda y fue en principio una costurera anónima la que se encargaba de su vestuario. Sin embargo, llegado el momento su exacerbado patriotismo inundó también su armario y la empresa familiar británica Aquascutum con Marianne Abrahams, entonces directora creativa de la firma, se convirtió en su estilista. Con ella se sumergió en el mundo de las imponentes espaldas anchas, conseguidas a través del uso de hombreras, que tanto la revolucionaron.


Su relación con algunos diseñadores fue, sin embargo, en tantos casos complicada. Comentado fue el encuentro que tuvo lugar en el 10 de Downing Street (1984) cuando la diseñadora Katharine Hamnett acudió a la recepción de la Primera Ministra, enfundada en una camiseta en cuyo slogan podía leerse: el 58% no quiere misiles nucleares.
 



En 1989 Vivienne Westwood capturaba su estilo en la portada de abril de la revista Tatler con otra llamativa declaración “Una vez ella fue Punk”. Y aseguraba: “Margaret Thatcher ha sido siempre una de las personas mejor vestidas del mundo. Sus políticas son terribles, pero su mirada le dio una presencia increíble”. 





Y en agosto de 2011 pudimos ver a Georgia May Jagger (hija del mítico cantante de rock) disfrazada de Margaret Thatcher para Harper’s Bazaar.








Analizado su estilismo el dato más relevante, y que da fe de la propia revolución que éste ha causado (en ámbitos conservadores por supuesto siempre afines a su persona), nos lo dejaba hace apenas unos meses la casa de subastas londinense Christie's: En septiembre de 2012 sacaba siete trajes llevados por Margaret Thatcher en diferentes actos y valorados cada uno en un máximo de 1.890€. 
Al término de la puja, la firma de remates superaba todas las expectativas consiguiendo un total de 126.000€. Ver para creer.